Hombre Muerto  se adentra en el imaginario del western para contar una historia profundamente arraigada en la idiosincrasia nacional filmada en la provincia de La Rioja.  Dirigida por Andrés Tambornino y Alejandro Gruz, se presenta como una fábula moderna que explora la construcción de una leyenda y las luchas de un pueblo que intenta sobrevivir en tiempos difíciles.

Osvaldo Laport encarna a Almeida, un forastero que, junto a su esposa embarazada, vive a las afueras de un pequeño pueblo en declive tras el cierre de su mina. El estilo de vida de Almeida es anacrónico, como si viviera en el siglo XIX, lo que contrasta con el intento de modernización que trae un extraño al pueblo. Este personaje representa la resistencia a un cambio que promete progreso pero a costa de las tradiciones y valores que sostienen la identidad del lugar.

La trama se enriquece con la presencia de personajes secundarios que representan las instituciones tradicionales: el cantinero (Daniel Valenzuela), el cura (Roly Serrano) y el comisario (Sebastián Francini). Estas figuras no solo aportan color al relato, sino que también son símbolos del poder establecido que Almeida, de manera silenciosa pero firme, desafía.

Durante casi  120 minutos no solo se narra una historia de supervivencia física, sino también espiritual, al explorar las creencias y supersticiones del pueblo. Este fenómeno subraya cómo las comunidades, en su desesperación, transforman la realidad en fantasía para encontrar esperanza y sentido en tiempos de crisis.

Hombre Muerto consigue un equilibrio entre el estilo clásico del western y las complejidades de la cultura argentina contemporánea. La dirección de Tambornino y Gruz destaca por su habilidad para crear en un pueblito de La Rioja un ambiente que evoca los relatos del lejano oeste, pero con un toque local que lo hace único.

Con una cinematografía que realza la vastedad de los paisajes y una banda sonora que acompaña cada escena con precisión, Hombre Muerto no solo destaca como una película de género, sino como una obra que invita a reflexionar sobre la lucha entre la modernidad y la tradición, y cómo las comunidades enfrentan su destino cuando se ven obligadas a elegir entre ambas. Es, sin duda, un homenaje al espíritu resiliente de aquellos que, incluso en los momentos más oscuros, buscan preservar su identidad y valores.

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