miércoles 05 de noviembre de 2025 - Edición Nº2527

Otros | 5 nov 2025

Cultura

Una escapada con arte: el taller que conquista La Plata y el extranjero

08:51 |En una casona de La Plata, a cuarenta minutos de Buenos Aires, la artista bonaerense Laura Ganado levantó un refugio creativo donde el arte se comparte como una mesa larga. Entre hornos encendidos, guitarras, muñecas de tela y aroma a cocina de autor, su taller se volvió un pequeño ecosistema donde la cerámica, la música y la vida cotidiana se mezclan hasta volverse indistinguibles.


En la ciudad de las diagonales hay un lugar donde el arte no se enseña: se habita. En el taller de @lauraganceramica, como se la conoce en redes, no hay jerarquías, ni límites entre disciplinas. Las manos moldean arcilla mientras suena una guitarra o un saxofón. Alguien prepara la mesa para una cena colectiva, otro piensa qué evento puede preparar. En medio de todo, Laura se mueve entre los grupos, observa, sonríe. “Cuando sumás la música, la comida, la costura, la astrología o el tarot, lo que se genera es otra cosa. Es energía, es comunidad”, dice.

Nació en 25 de Mayo, una ciudad ubicada a 235 km. de Capital Federal, y llegó a La Plata a los 17 años, con una valija y una certeza: quería tener su taller. “No sabía cómo ni cuándo, pero lo tenía clarísimo”, recuerda. Sus padres la acompañaron desde el inicio. “Mi papá fue quien me compró mi primer horno”, dice con una mezcla de ternura y orgullo. Ese gesto fue la chispa inicial de una historia que hoy se multiplica en más de 250 alumnos semanales, treinta talleres de adultos y diez infantiles.

Su recorrido tuvo muchas estaciones. Se formó en Bellas Artes, se especializó en cerámica y viajó a México. Allí, entre las paredes azules de Coyoacán (alcaldía de la Ciudad de México), se centró en Frida Kahlo. “Frida fue clave para mí. Me interesaba entender si una obra puede convertirse en el sustento emocional que permita sobrevivir a una vida trágica”, relata mientras recuerda que la tesis final de su carrera la llevó al país azteca. “Pintarse a sí misma fue, para ella, una forma de recomponerse. De reconstruir identidad después del dolor. Eso me atravesó.”, dice.

Cuando regresó, ya era docente. “Mi primera alumna fue una nena de doce años. Dábamos clase bajo un árbol, en el patio de una pensión. Después salíamos con mi hermana a repartir volantes porque todavía no existían las redes.”

Hoy, en el taller de Laura Gan ubicado en la avenida 13 entre 38 y 39, ese árbol parece seguir creciendo. “Gracias al equipo que conformamos con mi compañero Emanuel, que hace música, hoy somos 18 personas; colegas, amigos, exalumnos. Depositamos mucha confianza entre nosotros. Hasta mis perros, Miguelina y Domingo, conviven en este espacio donde todo se junta”, dice Laura.

El taller se convirtió en una extensión natural de su vida: los límites entre arte y cotidiano se disuelven. Las clases son encuentros donde los cuerpos se mueven, las manos dialogan y el silencio también tiene su lugar. “El arte siempre sana”, asegura. “Trabajar con la arcilla te conecta con la tierra. Cuando alguien hace algo con sus propias manos, refuerza su autoestima. Te devuelve al presente, a lo simple, a lo que todavía se puede hacer.”

El lugar vibra con una calma intensa. Hay hornos, guitarras, trozos de tela, pinceles húmedos. Emanuel afina sus instrumentos para dar clases, alguien cocina, otros pintan y hasta hacen tarot, cartas astrológicas o preparan las agujas para hacerle la sonrisa a un muñeco de tela. “A veces hay más silencio, otras veces alguien canta, o tiramos una carta que nos hace pensar. Todo fluye, y eso también es arte”, dice Laura, con esa serenidad de quien no busca grandilocuencia sino conexión.

La Plata, con su arquitectura geométrica y su pulso cultural constante, parece el escenario ideal. Entre universidades, museos y teatros, la ciudad respira arte. Pero en el taller de Laura, esa energía se condensa, se vuelve íntima, casi doméstica. No hay distancia entre el artista y el espectador: todos son parte del mismo gesto.

Laura no habla de “taller de cerámica”. Prefiere decir espacio vivo. Allí comparte días y proyectos con Emanuel, con su equipo, con quienes llegan buscando algo más que una técnica. “No se trata solo de hacer piezas, aclara, sino de aprender a mirar distinto. A mirar al otro, a uno mismo, y trabajar el material con respeto.”

Su historia, si pudiera resumirse, tendría la textura del barro y la temperatura del fuego. Una mujer que empezó bajo un árbol y terminó construyendo un universo donde el arte es una forma de estar en el mundo. “La cerámica, la música, la comida… todo tiene un mismo pulso”, dice. “Al final, lo que hacemos acá es simple: conectarnos. Y eso también es crear.”

En La Plata, donde todo parece dibujado con regla, Laura eligió torcer la línea. En su taller, el arte respira, vibra y se mezcla con la vida. Cada pieza que sale de sus hornos lleva algo de esa comunión: una canción, una historia, una huella compartida.

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