Visualización es una herramienta que permite crear y atraer la realidad que se desea. Destacados atletas, líderes y emprendedores la han utilizado y la siguen utilizando para potenciar su rendimiento, superar obstáculos y lograr metas.
Uno de esos emprendedores se llama Jorge Eduardo Alasina, lo apodan “Gino”, nació en un hogar humilde de González Catán y es pastero autodidacta o experto en preparación y elaboración de pastas .
"Siempre me gustó investigar a los exitosos. Saber cómo hicieron. Particularmente, a David Rockefeller, un multimillonario que jamás estudió. Pero supo de números y, en base a eso, fue creando un imperio. 'Si él puede, yo puedo', dije. Claro que, el camino no fue nada fácil. Pero al ir visualizando, conseguí el objetivo", afirma orgulloso el titular de @vivalapastabelgrano admitiendo que durante varios años se iba a dormir soñando con el emprendimiento propio.
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“En este local fui encargado general desde 2015 hasta 2019 —recuerda a Jorge con lujo de detalles—. Hasta que, un día, el dueño, Sebastián, decidió poner en venta la fábrica de pastas y abrir otra en Miami. En ese momento, me afloró un dicho de cabecera, 'el que no arriesga no gana', y le ofreció alquilarle el fondo de comercio, haciéndome cargo del personal. Sin embargo, luego de consultarlo con su abogado, en vez de alquilarlo, me lo dio a pagar en cinco años. Por eso, siempre estaré muy agradecido con él y con su padre, Horacio”.
En forma diaria, desde el pequeño local, enclavado en el corazón del barrio porteño de Belgrano (Cuba 2389), el emprendedor de La Matanza, junto a nueve colaboradores, elabora pastas frescas y pastas cocidas para llevar. Desde ravioles, fideos, fideos rellenos y sorrentinos, hasta ñoquis, lasañas, macarrones, agnolotis y canelones. “Por mes le estoy vendiendo a unos 2000 clientes. Teniendo en cuenta que, una persona consume alrededor de 200 gramos de pastas, por vez” , admite mientras amasa tallarines.
Como buen pastero, el hincha de Boca aclara que, a diferencia de la pastelería y la heladería, "no hay maestro en mi rubro. Solo oficial y medio oficial. El oficial está capacitado para manejar los proveedores, la materia prima, la consistencia, la producción, la calidad y la cadena de frío".
“Gino” pertenece a la segunda generación de pasteros. Su padre fallecido, Jorge Eduardo Alasina, comenzó a enseñarle el oficio cuando apenas tenía 10 años. Época en que lo acompañaba a una fábrica de pastas de un gallego, en Liniers. “Estoy en la harina desde pequeño” , confiesa sonriendo el progenitor de David Martín, Sebastián Javier y Alan Denis, quienes también aprendieron un comercio de pastas en Belgrano.
Claro que, antes de dedicarse de lleno a este oficio, “Gino”, que abandonó los estudios en dos escuelas técnicas, armó bolsas en una carbonería, fue cadete en un supermercado y ayudó a su padre en una fábrica de pastas (en Pehuajó), entre otros trabajos.
Hasta cursó en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. “A pesar de tener uno de los promedios más altos (entre 3.500 aspirantes), decidí pedir la baja al año, por cuestiones internas”, reconoce Alasina, quien siguió saltando de empleo en empleo.
Apenas cumplió 22 años, contrajo matrimonio. Meses después de la ceremonia, expresó una inquietud a su padre ya su hermano: “tenemos que tener nuestra propia fábrica de pastas”. Pero eran tiempos difíciles y archivó la idea, momentáneamente.
A los 27 años, el hijo de una familia entrerriana ingresó como empleado en un supermercado. “Me destinaron al sector de pastas ”, señala cuentando que, como tenía óptimo desempeño y alma de líder, fue nombrado segundo encargado, cargo que ocupó durante cinco años, hasta que renunció.
Buscando nuevos horizontes, se mudó con su familia a la ciudad de Tres Arroyos. Como la experiencia tuvo altas y bajas, al cabo de unos años emigró nuevamente al conurbano. Tras alquilar una propiedad, con vivienda y local a la calle en la localidad de Caseros, inauguró una fábrica de pastas. Sin embargo, surgió una crisis matrimonial, que terminó en separación, dejando el comercio y las máquinas a su ex cónyuge.
Como si el destino estuviese marcado, Alasina rápidamente encontró un puesto en una fábrica de pastas, sita en la esquina porteña de Virrey Olaguer y Moldes . "Primero iba dos veces por semana, después tres y cuatro. Hasta que un día le dije al propietario: 'Sebastián, sentate y cobrá. Yo me encargo del resto'. Resultado: la venta se incrementó tanto que, en 2015 abrió este local, del me hice carga, cuatro años después" , rememora.
Actualmente, “Gino” recibe clientes de distintos barrios de CABA y del conurbano. También a argentinos residentes en Inglaterra, Holanda y Australia, que visitan periódicamente el país. “No sé cómo hacen, pero llevan sus buenas pastas en los aviones”, afirma sonriendo con orgullo.
Entre los proyectos mediatos que posee en carpeta, se destaca el de inaugurar otro local. “Tengo maquinaria para armar otra fábrica de pastas, el año próximo” , concluye el pastero Jorge Eduardo Alasina quien, con estudios incompletos, partiendo de cero y visualizando objetivos como Rockefeller, aspira a continuar logrando metas.
Para saber más del emprendedor, visita el Instagram: @vivalapastabelgrano